lunes, 23 de mayo de 2016

¿La Imprenta de Gutenberg?




Orígenes


Johannes Gutenberg, de nombre verdadero Johannes Gensfleisch zur Laden, era hijo de un patricio de Maguncia, orfebre de profesión y director de la Casa de la Moneda de esta ciudad, que se casó, en segundas nupcias, con Else Wilse, de extracción burguesa, cuya familia aportó como dote una mansión llamada Zum Gutenberg, en la cual nació el célebre impresor, entre 1394 y 1399.

El joven Johannes fue tempranamente iniciado en el arte de la orfebrería y en las técnicas de acuñación de monedas. Además de su padre, muchos de sus parientes trabajaban en estos oficios, y es posible que allí se le presentara la oportunidad de grabar punzones y de asistir a la fabricación de los moldes de arena que empleaban los fundidores.

En 1428, cuando Maguncia, como tantas otras ciudades renanas, empezaba a sufrir las consecuencias de una violenta agitación social y política entre comunidades enfrentadas, y al imponerse el partido de los gremialistas al de los patricios, al cual pertenecía Gutenberg, éste tuvo que huir de su ciudad natal. Nada se sabe de él durante los cuatro años siguientes. Sin embargo, los archivos de la ciudad de Estrasburgo confirman su presencia allí a partir de 1434. Algunos de estos documentos son reconocimientos de deudas contraídas, una constante de su vida. Existe también una denuncia formal, por ruptura de promesa matrimonial, presentada contra él por una tal Emelin zu der Yserin Tür. Gutenberg residió en las afueras de la ciudad, en el suburbio de Saint-Arbogast, cerca del convento del mismo nombre, a las orillas del Ill.



El proceso de Estrasburgo, un primer paso


En Estrasburgo, Gutenberg se asoció con tres acaudalados ciudadanos, Hans Riffe, Andreas Dritzehn y Andreas Heilmann, en actividades relacionadas con el tallado de gemas y el pulimiento de espejos, oficios que Gutenberg se comprometía a enseñar y ejercer a cambio de dinero. Sin embargo, la mayor parte del tiempo lo invertía en un proyecto que procuraba mantener totalmente en secreto; pretendía de ese modo protegerse contra eventuales imitadores capaces de apropiarse del fruto de sus esfuerzos. Descubierto, no obstante, por sus socios, éstos insistieron en participar en aquel misterioso asunto que el inventor llevaba entre manos. Gutenberg accedió de buena gana ya que precisaba dinero, y en 1438 se firmó un contrato en el cual se estipulaba, entre otras cosas, que los tres recién incorporados deberían abonar la cantidad de 125 florines. La muerte repentina de uno de ellos, Andreas Dritzehn en la Navidad de aquel mismo año, llevó a los hermanos del fallecido a exigir entrar en la sociedad o bien recibir una compensación económica. Sin embargo, en los términos del contrato no se contemplaba dicha eventualidad, y Gutenberg se negó a tal pretensión. El caso fue llevado ante los tribunales en 1439, y éstos fallaron en contra de los herederos.

El proceso de Estrasburgo sirvió al menos para arrojar algo de luz sobre la naturaleza del proyecto. Oficialmente, Gutenberg sólo tenía que ocuparse de las labores propias de los orfebres; pero las declaraciones de los testigos hacían alusión, en no pocas ocasiones, a la extraña actividad febril que reinaba en el taller del demandado. Se trabajaba allí a todas horas, de noche y de día. ¿En qué? Los testimonios hablan de adquisiciones de plomo, de una prensa, de moldes de fundición, etc., en términos muy vagos e imprecisos, pero todos los objetos citados resultan familiares para los impresores.

Cuanto más se profundiza en el nacimiento de la imprenta tipográfica, mejor se comprende la importancia de los trabajos de Gutenberg en Estrasburgo, que debieron de venir marcados por arduas investigaciones, no sólo sobre los principios del invento, que ya estaban establecidos, sino también, y sobre todo, por una larga serie de posibles soluciones técnicas, obtenidas, sin duda, después de efectuar gran número de pruebas con éxitos y fracasos alternados, pero acompañadas de la obstinación de un hombre totalmente convencido de alcanzar el resultado esperado, de lo que da fe el testimonio de numerosas personas llamadas a declarar durante el proceso de Gutenberg. Sin duda, en él, tal convencimiento procedía de la formación recibida en la infancia, durante la cual se había familiarizado en las técnicas propias de los orfebres y grabadores de monedas, desde el grabado con punzones hasta la fundición de metales, pasando por la confección de matrices. Y es muy probable que allí, en Estrasburgo, Gutenberg empezara a realizar lo que constituye la originalidad de su obra: la producción de caracteres móviles metálicos.



De nuevo en su ciudad natal, un paso más cerca


Permaneció en Estrasburgo al menos hasta 1444; así lo confirma su inscripción, aquel mismo año, en una lista de hombres útiles para defender la ciudad contra las tropas del conde de Armagnac. Después de esta fecha se pierde su paradero para reencontrarlo cuatro años más tarde en Maguncia, adonde había acudido en busca de dinero entre los prestamistas de la ciudad. Su arte como impresor había alcanzado el refinamiento suficiente como para seducir a Johann Fust, un acaudalado burgués, y obtener de él, en 1450, la suma de 800 florines, cantidad que equivalía a diez años de salario del sindico municipal. Sin embargo, Fust se limitó a aceptar las herramientas y utensilios de Gutenberg como garantía, y dos años más tarde, en 1452, a raíz de un nuevo préstamo, se convirtió en su socio. El negocio montado por ambos se llamaba Das Werk der Bücher, y constituyó, de hecho, la primera imprenta tipográfica en sentido moderno; allí el principal colaborador de Gutenberg era Peter Schöffer, un calígrafo de gran talento que había estudiado en París. Pero como los trabajos en el taller se llevaban a cabo a un ritmo parsimonioso, y Fust contaba con la pronta rentabilización de sus inversiones, comenzó a impacientarse y a requerir de Gutenberg mayor presteza en la comercialización de las obras. Este último, como tantos otros creadores, prefería la perfección a la realización precipitada, y por ello surgieron las primeras desavenencias entre los dos asociados.

Un primer resultado: La Biblia de Gutenberg.

En 1455, muy probablemente, fue completada la primera obra maestra del nuevo arte, la célebre Biblia «de 42 líneas», así llamada por ser éste el número más frecuente de líneas por columna en cada una de sus 1.280 páginas. Era una versión latina de las Escrituras de San Jerónimo, y se precisaron fundir casi cinco millones de tipos, editándose 120 ejemplares en papel y 20 en pergamino, de los que se conservan 33 y 13, respectivamente. Concebida en principio para que se asemejara a un manuscrito, no llevaba números de página ni páginas de títulos u otros rasgos característicos de los libros modernos. A pesar de que la combinación de fabricación de papel y tipos fundidos permitió realizar grandes tiradas, sólo han sobrevivido 47 ejemplares de esta obra. Las ilustraciones que acompañan al texto de esta página fueron pintadas a mano, aunque era frecuente imprimirlas como grabados. La imagen muestra un página de la Biblia de 1445, en que puede leerse el inicio del Libro de los Macabeos.



Los incunables


De los libros impresos antes de 1501 se dice que pertenecen a la era de los incunables, y de ellos, sin duda, los más valiosos son las llamadas Biblias de Gutenberg, conocida también como la Biblia de Mazarino o la Biblia de 42 líneas¸ que son en la actualidad auténticos tesoros para museos y coleccionistas. La primera copia que llamó la atención de los especialistas se descubrió en 1760, entre los libros del político francés Giulio Mazarino. La mejor de las 47 copias existentes fue adquirida por la Biblioteca del Congreso de Washington en 1930. Parece ser que sólo quedan otras dos copias perfectas, una en la Biblioteca Nacional de París y otra en la Biblioteca británica de Londres. En la imagen, una de la Biblias de Gutenberg supervivientes expuesta en las Ranson Center Galleries de la Universidad de Texas, en Austin.




Piedras en el camino


A pesar del éxito obtenido por la publicación, Fust interpuso, aquel mismo año, una demanda judicial contra Gutenberg, acusándolo de no haber respetado sus compromisos financieros. El infortunado inventor fue condenado a pagar a su acreedor 2.026 florines, cantidad que incluía todo el capital prestado junto con los intereses devengados. Perdió además su taller y, al parecer, la mayor parte de su material, del que se apoderó Fust. Éste se asoció con Peter Schöffer, cuyas declaraciones contra el demandado condicionaron en gran medida, el resultado de la sentencia y el cual se casó más tarde con una de las hijas de Fust. Los nuevos amos de la imprenta publicaron, en 1457, el Mainzer Psalterium, un salterio, el primer libro que lleva el nombre del editor. La composición de esta bellísima obra debió de precisar varios años de trabajo y es verosímil que comenzara bajo la dirección de Gutenberg.

Tras perder su pleito con Fust, la existencia del célebre impresor conoció unos años amargos. Arruinado, se vio acosado por sus acreedores, algunos de los cuales le llevaron de nuevo ante los tribunales, y acabó por refugiarse en la comunidad de religiosos de la fundación de San Víctor. Más tarde, contó con la ayuda desinteresada de un tal Konrad Humery, funcionario del ayuntamiento de Maguncia, que le proporcionó material para montar un pequeño taller tipográfico. Se especula que allí imprimió varias obras menores, entre ellas la traducción al alemán de una bula papal contra los turcos y un calendario médico en latín. Una Biblia «de 36 líneas» habitualmente atribuida a su labor, parece más bien, según otros testimonios y características, obra de Schöffer.

A partir de 1465, Gutenberg comenzó a gozar de cierta seguridad económica gracias al mecenazgo del arzobispo elector de Maguncia, Adolfo II de Nassau. Le hizo miembro de la corte real, le eximió de pagar impuestos y le concedió una pensión anual de grano, vestido y vino. Gutenberg falleció el 3 de febrero de 1467, si es cierto el testimonio que dejó escrito un canónigo de la fundación de San Víctor, y fue enterrado en la iglesia que los monjes franciscanos poseían en Maguncia. Esta iglesia fue destruida a causa del fuego artillero a la que se vio sometida la ciudad en 1793, y la tumba de Gutenberg desapareció con ella. Sobre su emplazamiento pasa actualmente una calle que, ironías del destino, lleva el nombre de Peter Schöffer.

A la muerte de Gutenberg, no menos de ocho ciudades importantes contaban con talleres de impresión, y en las décadas siguientes, aquella técnica revolucionaria era conocida desde Estocolmo hasta Cracovia, pasando por Lisboa. En España, la imprenta fue introducida por los alemanes, y se sabe que en 1473 funcionaban talleres en el reino de Aragón. Se considera que el primer libro español impreso que ha llegado hasta nosotros es Obres et trabes en lohors de la Verge Maria impreso en Valencia en 1474.




¿De qué hablamos cuando hablamos de imprenta?


Las primeras prensas de impresión utilizaban un mecanismo helicoidal para aplicar presión a la rama de impresión. Tenían sus orígenes en las prensas de los agricultores para obtener aceite de oliva. En comparación con las prensas actuales, aquellas máquinas eran lentas y sólo producían unas 250 copias a la hora.




Los tipos, esos pequeños cubos metálicos con una letra tallada cada uno.


El proceso de fabricación de los tipos resultaba lento y laborioso, pero una vez fundidos y compuestos, permitían múltiples impresiones sin que se desgastaran, produciendo imágenes de gran nitidez. Durante más de 400 años todos los tipos se construyeron al modo de Gutenberg; el proceso de fabricación metálica recibió el nombre de fundición tipográfica. En los primeros años de la imprenta, los tipos había que colocarlos manualmente. En primer lugar, el cajista componía palabras con los tipos, de izquierda a derecha, sobre un componedor. Después, el tipo se sujetaba en un marco metálico denominado rama; el marco y el tipo juntos constituían la forma, que se colocaba en la prensa para su entintado e impresión. Para eliminar cualquier exceso de metal en la parte trasera de los tipos se utilizaba un cepillo, a fin de que todas las letras se imprimieran exactamente al mismo nivel. En la imagen, un moderna recreación nos permite ver como serían los tipos que usaba Gutenberg.

Las fuentes y el estilo. La primera obra impresa mediante la imprenta fue un calendario realizado en 1447, seguido de una gramática en latín publicada en 1451. Pero fueron las biblias las que le dieron fama en su época, obras realmente colosales, con sus 1.282 páginas. Estas obras trataban de imitar a los manuscritos que dominaban el panorama del libro en la época, más que innovar en las formas de escritura; así, por ejemplo, la tipografía imita la letra gótica escrita a mano.



Algunos antecedentes


Gutenberg no fue, en un sentido estricto, el creador de la imprenta. Mucho se ha discutido sobre su verdadero aporte a la industria de las artes gráficas, aunque de ningún modo se le puede atribuir la invención de la imprenta, cuyos principios eran explotados con anterioridad a sus descubrimientos. Ya a comienzos del siglo XV se imprimían naipes y estampas con motivos religiosos, mediante la aplicación de una plancha de madera grabada y embadurnada con tinta grasa, sobre el papel o el pergamino. Este procedimiento de impresión, la xilografía, era originario de Extremo Oriente, China o Corea, y entró en Europa a través de Italia. Ya en el siglo XI, los impresores chinos hacían tipo móviles de arcilla, madera, estaño y bronce, pero en Corea, cuyo sistema de escritura no era ideogáfico sino silábico, se usaban los de metal. En 1230 había imprentas de libros que usaban tipos de metal y de hecho la Biblioteca Nacional de París posee un libro budista impreso en 1377 con tipos móviles de esas características.

Tampoco fue mérito de Gutenberg la composición de textos con caracteres móviles, es decir, la fabricación de letras o símbolos individuales. Esta práctica surgió de un modo natural, a través de la necesidad de introducir correcciones en los textos de las planchas xilográficas, ya que era necesario extraer la letra a sustituir y reemplazarla por un taquillo o dado de madera que llevase grabado en relieve el nuevo carácter. El verdadero mérito de Gutenberg consistió en sustituir la madera por el metal, perfeccionar estas técnicas fabricando moldes de fundición capaces de reproducir tipos metálicos suficientemente regulares como para permitir la composición de textos. De hecho, el procedimiento tipográfico que el impresor alemán concibió a mediados del siglo XV dio origen al libro moderno y se mantuvo prácticamente inalterado hasta el siglo XX. El impacto cultural que supuso fue enorme. Antes, los libros eran escritos a mano por copistas en escritorios medievales; los libros así producidos eran escasos y caros, por lo cual sólo una élite tenía acceso a la cultura escrita.

Mucho se ha discutido también sobre la autenticidad de sus aportes. El hecho de no haber dejado su nombre en ninguno de los libros por él impresos, junto con las sombras que existen en torno a su vida, ha dado pie a atribuir a otros los méritos de su invención. El principal adversario en disputarle el descubrimiento ha sido, y para algunos sigue siendo, Laurens Janszoon Coster, un impresor de Harlem del que se dice que inventó el tipo móvil metálico unas dos décadas antes que Gutenberg. De hecho, se han encontrado incunables en Holanda, confeccionados con tipos móviles, que muy bien pudieran haber salido de su taller. No obstante, lo defectuoso de la impresión ha llevado a muchos eruditos a pensar que Coster se sirvió de punzones de madera y de moldes de arena fina o de arcilla para fabricar los tipos de imprenta, atribuyendo a Gutenberg el punzón metálico y el molde de fundición, sin cuyo concurso la tipografía no hubiese sido posible.



Su trascendencia


La invención de la imprenta con caracteres móviles, obra del alemán Johannes Gutenberg, es uno de los grandes hitos de la historia de la cultura. La posibilidad de realizar tiradas de múltiples ejemplares de libros, sumado al abaratamiento de costos, facilitó el acceso de un mayor número de personas en todo el mundo al saber escrito y conllevó radicales transformaciones en la política, la religión y las artes permitiendo un grado de popularización de la cultura sin precedentes. Se calcula que en los 50 años posteriores a la invención de la imprenta se editaron más libros que en los mil años anteriores.

La imprenta de Gutenberg provocó una verdadera revolución en la cultura. El saber escrito dejó de ser patrimonio de una élite y se extendió a amplias capas de la población. La escritura fue sustituyendo a la tradición oral como forma privilegiada para transmitir conocimientos, a la par que las publicaciones impresas, como libros o periódicos, se generalizaron. A principios del siglo XX la escritura impresa ya era el medio predominante en Occidente para la difusión del saber. Además de su enorme significado para la religión, la política y las artes en general, fue este un avance tecnológico que facilitó todos los demás que le siguieron. Facilitó la difusión de nuevos descubrimientos, técnicas e ideas, y también la de la crítica y la censura de los anteriores. Era una poderosa fuerza para crear y destruir instituciones. Permitió el florecimiento del comercio de indulgencias papales, papeles impresos que conmutaban los dolores del purgatorio al comprador y sus parientes. Permitió la rápida difusión de las condenas de Martín Lutero a la corrupción de la Iglesia romana, que admitía este comercio. Hizo posible la difusión de las escrituras y jugó un papel en la supervivencia de los idiomas: cuando en una misma tierra se hablaban dos lenguas en pugna, tendió a florecer la primera en la que se imprimió la Biblia y a declinar la otra.

El logro de Gutenberg contribuyó sin duda de forma decisiva a la aceptación inmediata del libro impreso como sustituto del libro manuscrito.

Los cambios que trajo consigo la imprenta de Gutenberg sólo son comparables a los que está originando la generalización de la informática en el siglo XXI. Las computadoras y las nuevas tecnologías están sustituyendo a los documentos impresos como instrumentos para transmitir y conservar los textos. Sin embargo, el libro como lo conocemos hasta ahora, continuará siendo de gran utilidad durante mucho tiempo. Podría decirse que aún vivimos en lo que el sociólogo canadiense Marshall McLuhan denominó la «galaxia Gutenberg», la época de la historia marcada por el predominio de la letra impresa.




Bibliografía:


ENCICLOPAEDIA BRITANNICA PUBLISHERS INC “Enciclopedia Hispánica” Volumen 7. Kentucky, 1995.

LERNER, Fred: “Historias de las Bibliotecas del Mundo. Desde la invención de la escritura hasta la era de la computación. Buenos Aires: Troquel, 1999.

http://www.biografiasyvidas.com/monografia/gutenberg/imprenta.htm

https://www.youtube.com/watch?v=iW2PNP_yGIM

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